sábado, 26 de marzo de 2011

Josep Ramoneda

Decía Josep Ramoneda en su articulo de 20 de los actuales sobre el “berlusconismo” que
Zapatero ha situado a su Gobierno en la vanguardia de la sumisión a las señales del dinero. Los banqueros y empresarios más importantes del país han gozado de una comunicación fluida y de una capacidad de influencia sin parangón. Y su huella está en un montón de leyes y de enmiendas de última hora, para atender los privilegios de aquí, los intereses de allá. Y cuando la influencia sobre el presidente no ha sido suficiente, los nacionalismos periféricos han utilizado sus votos para ejercer con eficacia el papel de lobby de sus propios sectores empresariales.
Metidos en la cultura del dinero y sin que desde la política se dieran señales de autoridad y defensa de otros valores, la corrupción ha seguido creciendo y cuando ha emergido ha encontrado a una ciudadanía con las defensas bajas, machacada desde todos los frentes -y especialmente el audiovisual- con la idea de que el dinero es el principio y el fin de todas las cosas y los políticos sólo están para estorbar y para robar. Esta es la cultura del berlusconismo, ni más ni menos.
Y crece y crece con un presidente del que probablemente se podrá decir que al final de su mandato ya no quedaba en el espectro televisivo español ni un solo canal que represente los valores antaño asociados a la izquierda.
Las relaciones entre poder económico y político forman parte de los conflictos permanentes -y necesarios- en una sociedad democrática. El poder político está cada vez más en desventaja, porque la globalización otorga al dinero un atributo de ubicuidad que no tiene el poder político, que sigue siendo nacional y local. Hubo un espejismo cuando estalló la crisis. Los principales países decidieron intervenir los bancos en posición catastrófica para evitar un desastre mayor. Aunque costaba entender que fuera el dinero de todos el que salvara los disparates de unos pocos, que salieron de rositas con sus bonos, por un momento parecía que el poder político se imponía. Y, en pura lógica, cabía esperar que tomara el mando y marcara las condiciones para no volver a las andadas.
Nada de eso. Los Gobiernos ya están otra vez al albur de las decisiones de los que se esconden bajo este eufemismo denominado mercados. Salvaron a los bancos, pero los bancos siguen mandando.
Y la ciudadanía atemorizada acepta la austeridad con resignación, mientras la factoría Berlusconi les entretiene con su discurso antipolítico, populista, misógino y descarado. ¿Es sostenible este equilibrio?

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